Brainstorming

Duermo. Duermo plácidamente, como un bebé. Respiración tranquila, relajada, profunda y silenciosa. De vez en cuando me revuelvo, es natural, y además no se puede evitar. Todo va bien hasta que algo surge, espontáneamente. Cruza el sueño y lo convierte en terrible pesadilla. Entonces me despierto. No tengo sudores fríos. No me siento mal. Mi respiración sigue siendo la misma, porque a pesar de haber sufrido un sobresalto, he salido de mi profundo sueño con velocidad y tranquilidad a la vez. Pero algo ha cambiado, ya nada es igual y no volverá a serlo. Y cada vez que sufro la experiencia, algo vuelve a cambiar, modificando mi carácter, ¿para bien, para mal? No lo sé. Lo más curioso de todo es que salgo del sueño realizando precisamente aquellos actos que lo más profundo de mi ser aborrece. En concreto, acababa de ver una serie en la televisión, y me estaba tragando los anuncios que venían después con el lote, haciendo zapping. Un anuncio en especial bastó para despertarme del coma y analizar mi sueño. Esta vez ha sido mucho más corto de lo normal, porque es desde hace poco que me doy cuenta de estos despertares. Y eso ayuda a fortalecer mis cortos períodos de vigilia. Y nada más salir del sueño, una vez despierto, empiezo a analizar críticamente lo último que consigo recordar de éste. No veo más allá de un par de horas en el tiempo. Quizás sea mejor así. Pero recuerdo esa última serie de televisión. Maldita televisión. Nunca consigo acordarme en qué momento me duermo, con el objetivo de evitarlo a toda costa, pero el sueño siempre es profundo y no permite recordar. Sospecho que la televisión es la que oscurece mi verdadero yo, pero es a su vez mi salvadora. Reo y verdugo en un peligroso matrimonio. ¿Y cómo llego a la televisión? Lo analizaré en otro despertar... Puedo acordarme naturalmente de esos chistes teóricamente espontáneos que obstruyen el pensamiento, que hacen que pensar se convierta en adivinar lo que hay en aquella niebla, aquél perfil que no logro enfocar y se desvanece al acercarme. Por supuesto que hablo de aquella serie, pero no hablo solamente de ella, sino de todo el género. Todas aquellas series que no sirven más que para evitar que pensemos. Siempre hay personas comunes. No podría ser de otra manera, ya que si no fuesen comunes, no conseguirían acercarse lo suficiente a nosotros para asestarnos silenciosamente el golpe final cuando menos lo esperamos. A veces hay situaciones que se crean espontáneamente, pero todas son fruto de algún malentendido verbal que nos hace sonreír estúpidamente, como marionetas que no pueden evitar reírse si el que tira de los hilos así lo desea. ¿Querrá satisfacer un placer oculto? En el mismo momento del despertar ya no puedo aguantar aquella terrible visión y apago el endemoniado aparato para buscar refugio donde sea, al precio que sea. Si lo encuentro, no lo se, la vida continúa y no puedo ignorar el reloj de Cronos. Entonces voy a la cama, y deseo soñar con que no me dormiré otra vez, pero se trata del típico sueño irrealizable que todos los adolescentes desean cumplir, y se desmoronan al ver que aquél día fijaron su meta demasiado alto. Ya no sé si al levantarme sigo despierto, porque no puedo pensar. A veces tardo hasta horas en comenzar a pensar de verdad. El caso es que la rutina llama, y como siempre camino por la noche, de día, hasta el colegio en el que se supone que tengo que aprender a pensar, aunque no haga más que perder el tiempo memorizando cosas inútiles. El pensamiento debe basarse también en la propia experiencia, y ésta no se aprende de un libro que replica las palabras de algún sonámbulo. A veces pienso que quizás esta haciéndose el sonámbulo, pero en realidad está despierto esperando que alguna de sus palabras enciendan la chispa que ilumine nuestro camino. Sólo es una hipótesis. A veces lo consigo y llego despierto a clase. Compruebo con horror cómo mis compañeros entran sonrientes, durmiendo. Pero si sólo fuese esa sonrisa... Tiene que ser más, y para lo único que abren la boca es para replicar lo que aprendieron en el sueño de ayer de aquella serie de televisión. Y si ayer no aprendieron nada porque no hubo nada nuevo, no importa. Como buenos corderitos se inventan los chistes malos y penosos que a todos nos hacen gracia y reímos a carcajadas. Lo hacemos juntos a coro o individualmente, propagando el chiste a todas las personas que vemos. Parece que ahí está el objetivo, ser gracioso. No sólo repitiendo gracias podemos arrancar una sonrisa, también podemos salir al patio como siempre con los mismos compañeros, desfilar hasta el punto de reunión y charlar un poco hasta que oímos el timbre. Entonces nos sentimos felices por haber cumplido con nuestra misión, y no nos hace falta oír chistes para reírnos nosotros solos. A veces observo el desfile, y sigo sin entenderlo, sigo sin sentir su peligro en mi piel. Sin embargo, siento otro peligro cerca. Quien lo diría, un simple armario metálico. Probablemente, alguien del colegio, mientras dormía creyó pensar que alguien lo usaría debidamente. Quizás si estuviésemos despiertos. Pero dormidos, sólo logramos meter a pequeños niños asustados en él, para luego golpear el armario durante no más de 2 segundos, porque al igual que nuestra risa, nuestra valentía es un espejismo pasajero que se esfuma en un momento y nos hace buscarlo repetidamente. Nos sentimos fuertes en el grupo ¿eh? Ser parte de la masa, y no pensar como individuo sino como parte de un organismo colonial que no puede coordinar sus acciones por no tener cerebro. Realmente no sé por qué os sentís orgullosos. Y cuando duermo, formo parte de la masa. Mientras estoy dormido, una fuerza ¿social? me obliga a formar parte de la masa y reaccionar tal y como hace el resto. Estoy en un fuego cruzado. No digo nada. No pienso nada. No oigo nada. Reacciono, reacciono ante un impulso que las células que me rodean transmiten como teléfonos descontrolados. Ahora estoy sólo y sí, pienso en mis actos y veo que no soy yo el que actuó, sino una persona que tiene mi aspecto físico y recubre su coraza con mentiras, con falsas imágenes que proyecta sobre el resto, para que los otros acepten y repliquen esas imágenes. A cambio, yo acepto sus imágenes y me comprometo a no hurgar en su ser, para descubrir lo que son, lo que somos todos. ¿De qué crees que mi otro yo, y tu otro yo tienen miedo? De que los descubramos y los destruyamos. Ojalá, porque descansaría de una vez por todas. Pero el extraño no se marcha, y cuando duermo, controla mis actos. Me obliga a pasar a un segundo plano. Me obliga a pensar ahora, y no cuando quiero. Probablemente si echásemos al molesto inquilino podríamos finalmente encontrar la verdad, porque la verdad no es más que nosotros sin aquella coraza, sin aquél marionetista que nos domina. Me duele no ser yo la mayor parte del tiempo. Pero cuando creo que voy a encontrar la verdad, comienzo a dormirme, y en el mismo momento que mi estúpido yo reaparece, me obliga a tragarme el sedante de la televisión. Lo que lees es mi verdad, y sólo mía. Siento ser egoísta, pero no la puedo compartir. Tú te tienes que despertar sólo, sin ayuda. Sólo entonces serás realmente tú. Solamente estando solo, se llega uno a conocerse a sí mismo. Y me siento triste, porque veo que estoy realmente solo. Bueno, a solas con mi asqueroso verdugo. Lo siento, de verdad, me gustaría seguir pensando, pero oigo los pasos de mi otro yo, y sé que mi tiempo se acaba. Ya noto esa fuerza que encamina mis pies hasta la cara opuesta de la vigilia. Me gustaría que alguien me regalase algún día el valor para mantenerme despierto. Me siento en el sofá. Por favor, otra vez no. Comienzo a hacer zapping. Bueno, es el fin. Hasta otro despertar, sueña con los angelitos.